"John Rambo". Él es el infierno
¡¡¡Buenas tardes, mis queridos fieles!!!
En el día de hoy, el Paladín de Khorne se dirige a todos vosotros decidido a haceros una advertencia. ¡¡¡Peligro!!! Hay un monstruo suelto en las pantallas de cine. Un ser vil y cruel; una criatura del celuloide dispuesta a aniquilar el buen gusto cinematográfico de todo cinéfilo que se precie. Y esa aberración, materializada en forma de película, que amenaza nuestra existencia (al menos, psicológica) tiene un nombre. Es... "John Rambo" (o "Rambo IV", para aquellos que no estén al tanto de las traducciones).
En efecto. Aún ahora, a más de dos horas desde mi salida del cine, trato de averiguar (sin demasiado éxito, todo hay que decirlo) qué delirio o engaño me ha llevado a ser testigo de semejante infamia cinematográfica. La última (esperemos que dicho calificativo sea cierto, porque visto lo visto...) cinta de la saga dedicada al incansable héroe de acción norteamericano es una aberración en todos los sentidos; un atentado flagrante contra el cine de acción en general, contra el personaje en particular y, muy especialmente, contra el buen gusto. Iniciativa del archiconocido actor Sylvester Stallone (quien, además de protagonizarla, ha sido su director y guionista), la que nos ocupa puede ser definida, sin ninguna clase de duda, como una de las peores películas en las que ha participado (y eso que su filmografía está plagada de desastres). Una obra violenta hasta el absurdo, carente de una base sólida y claramente pretenciosa.
El argumento, todo hay que decirlo, no da precisamente para mucho. John Rambo, el antiguo "boina verde" y ex-combatiente de Vietnam, tras haberse enfrentado a todo lo habido y por haber disfruta de un merecido retiro en medio de la selva tailandesa (obviamente, los paquetes vacacionales de las agencias de viajes están perdiendo calidad a pasos agigantados) , donde dedica su tiempo a la caza de serpientes (vivas, por supuesto; Johnny es un tipo duro) y a la forja del hierro. Un mal día (malo tanto para él como para nosotros) unos misioneros de una congregación religiosa yanqui le piden que les escolte hasta Birmania, donde el ejército nacional está exterminando a los habitantes de las numerosas aldeas diseminadas por la jungla. Pese a sus dudas iniciales, Rambo, que en el fondo es un buenazo, acepta el trabajo (influído, para que ocultarlo, por una atractiva cooperante, interpretada por la televisiva Julie Benz). Sin embargo, cuando los soldados birmanos capturan a todo el grupo y ejecutan a varios de sus componentes, el ex-mílite, acompañado de un grupo de mercenarios, deberá volver a la acción para rescatar a los sufridos meapi... Ejem... Perdón. A los sufridos misioneros, y devolverlos a casa sanos y salvos. Complicado, ¿verdad?
Y ya está. El resto de la estructura del film está formada por una sucesión agotadora de tiros, explosiones, persecuciones y mutilaciones. Sobre todo mutilaciones, porque si algo caracteriza a esta película es la ingente cantidad de hemoglobina que Johnny y sus amigos llegan a derramar. Lejos han quedado los tiempos de la primera entrega de las aventuras del incomprendido héroe; aquel veterano que, traumatizado y rechazado por la sociedad, era capaz de hacer aflorar nuestra parte más sensible (y, de paso, demostrar que no hace falta sembrar la pantalla de cadáveres para hacer una correcta película de accíon). En esta ocasión, Rambo no es más que un carnicero; un sujeto empeñado en matar cualquier cosa que tenga dos patas (o, en algunos casos, cuatro) y respire. Las formas de eliminar a sus enemigos son variadas, pensadas para todos los paladares; desde la decapitación más tradicional hasta el descuartizamiento de un cuerpo valiéndose de una ametralladora pesada. Boccatto di cardinale, como podéis ver.
En lo que a las interpretaciones respecta, la película brilla por la ausencia de las mismas. O, al menos, por su bajísima calidad. Nadie duda de las limitadas dotes interpretativas del gigantón Silvester (que, por cierto, apenas pronuncia medio centenar de palabras a lo largo del film, siendo su frase más célebre aquella que reza "Cuando te empujan, matar es tan fácil como respirar"). Sin embargo, las actuaciones de sus compañeros de reparto (nombres extraídos del mundillo de la televisión, como la ya mencionada Benz, Graham McTavish o Matthew Marsden) constituyen un derroche de inexpresividad, de movimientos torpes y de falta de naturalidad. Los componentes del grupo de misioneros son dibujados como una cuadrilla de inocentones y alegres amigotes, convencidos de la bondad humana y decididos a ayudar a los pobres niños brimanos repartiendo Aspirinas y tabletas de chocolate. Los mercenarios, por su parte, han sido representados como el clásico escuadrón de garrulos groseros y provocadores, mientras que los soldados birmanos (por no hablar de sus oficiales) nos dan toda una lección de sadismo y crueldad.
Los únicos aspectos positivos de este grotesco espectáculo (algo bueno debía tener) son el apartado de sonido (con efectos muy trabajados, especialmente en lo referente a los disparos de armas portátiles) y los efectos especiales. Estos últimos son, sin lugar a dudas, de lo mejor que nos ha dado el cine en materia de producciones bélicas, recreando con gran realismo los enfrentamientos entre las facciones, donde el humo, la tierra y la sangre (por no hablar de las vísceras) recorren el campo de batalla, envolviendo a los protagonistas y aportando una gran espectacularidad al conjunto.
Como habrán podido observar, mi opinión acerca de este film no es precisamente positiva. Ni siquiera el entretenimiento es un aspecto que cubra, puesto que lo interminable de la sangría y lo absurdo del desarrollo acaban aburriendo al espectador. Sin embargo, y como en toda crítica aquí expuesta, no deja de ser mi opinión particular. Así que, aunque se trate de una imprudencia por mi parte, lo único que puedo hacer es pediros que la veáis. Y juzgad por vosotros mismos.
5 comentarios
Cris -
Paladín de Khorne -
Señor D -
No verás. Va a cazar serpientes muertas...
Paladín de Khorne -
Señor D -